DÍA 7 - LA VIRTUD DEL PEREGRINO

«Este es el día que el SEÑOR ha hecho, regocijémonos y alegrémonos en él». Salmo 118:24

El segundo viernes de enero ya se han abandonado la mayoría de los propósitos de Año Nuevo. En este séptimo día de nuestro viaje de treinta y tres días juntos, quiero animarte a perseverar. La perseverancia es la virtud del peregrino. Muchos abandonarán este camino de consagración. Decide que no serás uno de ellos.

La sabiduría más práctica que he recibido sobre la oración me la dio un viejo Sacerdote hace muchos años, cuando yo era adolescente y empezaba a tomarme en serio mi vida espiritual. El entusiasmo inicial había desaparecido y yo experimentaba los primeros signos de sequedad y desolación en la oración. Nuestra reacción natural y muy humana cuando la oración no «nos hace sentir bien» es preguntarnos qué estamos haciendo mal. La oración nunca debe juzgarse por cómo nos hace sentir, y a menudo no estamos haciendo nada mal. La oración no tiene que ver con los sentimientos.

«Simplemente sigue asistiendo», me dijo el viejo Sacerdote. Al principio no lo entendí, y cuando le pregunté qué quería decir, me contestó: «Hablo claro. Nada de significados ocultos, muchacho. Simplemente sigue haciendo acto de presencia. Asiste cada día, independientemente de cómo te sientas o de si es conveniente. Solo asiste y deja que Dios obre en ti».

Este es el sexto cambio sísmico que mencionamos ayer. Ocurre cuando acudir a nuestra oración diaria deja de ser una decisión cotidiana. Se convierte en un compromiso, una decisión de que, pase lo que pase, vas a asistir y vas a estar con Dios durante ese tiempo cada día.

El único fracaso en la oración es dejar de rezar. Pensarás y sentirás cosas, y muchas de ellas no significan lo que inicialmente crees que significan. Así que, sigue asistiendo. Acepta lo que Dios te diga y te revele. Simplemente sigue asistiendo.

Algunos días la oración te parecerá fácil y otros difícil. Lo que parece ser nunca es una buena indicación de lo fructífera que es la oración. Intenta no juzgar tu oración. Es una tontería decir: «Hoy recé bien». Se necesitan al menos diez años para determinar si rezaste bien hoy. Simplemente sigue asistiendo.

Si Dios te da la gracia del ánimo y la inspiración, fabuloso. Acéptala, abrázala, no la malgastes, haz buen uso de ella. Pero si algunos días sales de la oración desanimado, recuerda que Jesús murió en la Cruz y eso fue una inmensa victoria. Y, sin embargo, no veas eso como una invitación a una vida de miseria que tú mismo diseñas creando cruces que Dios nunca quiso que llevaras. La vida te traerá suficiente sufrimiento y desafíos sin necesidad de que busques más. Sigue asistiendo y Dios te enseñará todas estas cosas y muchas otras.

En mi caso, aunque ha habido momentos en los que la oración me ha parecido fácil, la mayor parte del tiempo no me resulta tan sencilla. Hay días en que me entusiasma más que otros. Y hay días en que es difícil, incluso insoportable. Esos días tengo que obligarme a estar presente a pesar de las dificultades. Y, por supuesto, hay días en los que es maravilloso y dichoso. Todo depende de lo que Dios esté haciendo.

En tu vida espiritual habrá caminos largos y polvorientos, experiencias épicas en la cima de las montañas, momentos de miedo y temblor en los valles oscuros, hermosas mañanas llenas de esperanza y largas noches oscuras rebosantes de desesperanza. A lo largo de tu viaje necesitarás un flujo constante de ideas prácticas que te ayuden a dar el siguiente paso, pero ninguna te servirá mejor que la sencilla sabiduría de aquel viejo Sacerdote: «¡Simplemente sigue asistiendo!».

Pase lo que pase, sigue haciendo acto de presencia. Recuerda, no se trata de lo que estamos haciendo. Se trata de lo que Dios hace en nosotros, a través de nosotros y con nosotros, cuando asistimos.

En ninguna parte es este consejo más relevante que cuando se trata de la Eucaristía. Imagina si los católicos hubieran aplicado esta sencilla sabiduría a la práctica de asistir a Misa durante los últimos cincuenta años: No dejes de hacer acto de presencia. Asiste cada domingo, independientemente de cómo te sientas o de si es conveniente. Simplemente asiste y deja que Dios obre en ti. Imagínalo. La Iglesia Católica y el estado de la sociedad serían completamente diferentes si hubiéramos seguido asistiendo y dejando que Dios actuara.

El consejo del Beato Pier Giorgio Frassati es hoy más necesario que nunca, porque mucha gente ha abandonado la Misa dominical: «Con todas las fuerzas de mi alma los exhorto a acercarse a la mesa de la Comunión todas las veces que puedan. Aliméntense de este pan de los ángeles y obtendrán toda la energía que necesitan para librar las batallas interiores. Porque la verdadera felicidad, queridos amigos, no consiste en los placeres del mundo ni en las cosas terrenales, sino en la paz de conciencia, que solo tenemos si somos puros de corazón y de mente».

No olvides nunca que cada vez que recibes a Jesús en la Eucaristía, Él obra en ti, para enviarte al mundo de modo que pueda obrar a través de ti.

Confía. Entrégate. Cree. Recibe.


LECCIÓN

Sigue yendo a la oración y a tus otras prácticas espirituales. Asiste cada día, independientemente de cómo te sientas, de si es conveniente o no, o de si crees que está dando algún fruto. Los caminos de Dios son misteriosos. Él está obrando en tu alma como las raíces de un poderoso árbol bajo la superficie. El hecho de que no sepas lo que Dios está haciendo no significa que no te esté preparando para lo que venga después. Simplemente asiste y deja que Él obre en ti.


VIRTUD DEL DÍA

La perseverancia: la virtud de la perseverancia es esencial para la amistad y el amor. La perseverancia nos enseña a resolver las dificultades. Alcanzar esta virtud requiere gracia y un gran esfuerzo personal. No hay virtud en empezar. Es fácil. Muchos empiezan, pocos acaban. Esto es cierto en casi todo. No te fijes en

todo lo que te falta, sino en lo lejos que has llegado, y piensa en cómo sería tu vida si nunca hubieras encontrado este camino.

COMUNIÓN ESPIRITUAL


Jesús,

creo que estás verdaderamente presente en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía. Cada día anhelo más de Ti.

Te amo sobre todas las cosas y deseo recibirte en mi alma.

Ya que no puedo recibirte sacramentalmente en este momento, Te invito a que vengas y habites en mi corazón.

Que esta comunión espiritual aumente mi deseo de la Eucaristía.

eres el sanador de mi alma.

Quita la ceguera de mis ojos, la sordera de mis oídos,

la oscuridad de mi mente, y la dureza de mi corazón.

Lléname de gracia, sabiduría y valor para hacer Tu voluntad en todas las cosas.

Señor mío y Dios mío, acércame a Ti más que nunca. Amén.