DÍA 33 - TOTALMENTE TUYO

«Esta es la voluntad de Dios: su santificación». 1 Tesalonicenses 4:3

«Este es el día que el SEÑOR ha hecho; regocijémonos y alegrémonos en él». Esta es mi oración espontánea al levantarme de la cama cada mañana. No sé cómo ni cuándo empezó, pero hay algo en este versículo que llena mi alma de alegría. Tal vez sea la esperanza de un nuevo comienzo, tal vez sea la anticipación de bendiciones inesperadas. No estoy seguro.

Hoy es el final de tu viaje. Hemos estado juntos en este camino durante treinta y tres días. ¡Felicitaciones! Lo lograste. Estoy seguro de que hay muchos que no lo lograron. Rezamos para que retomen el camino y completen pronto esta Consagración Eucarística. Pero hoy es tu día. Espero que encuentres la manera de celebrarlo.

Totus Tuus. Es una frase latina que significa «totalmente tuyo». Fue el lema del Papa San Juan Pablo II y significa un compromiso radical con Jesús a través de María. Hoy le dices a Jesús: «Soy totalmente Tuyo y todo lo que tengo es Tuyo».

Esta entrega total es algo de lo que hemos sido testigos en todas las Misas a las que hemos asistido. En la Eucaristía, Jesús se nos entrega total y absolutamente. Y ahora, en esta Consagración Eucarística, respondemos con amor y generosidad entregando todo nuestro ser a Jesús en la Eucaristía.

Esta Consagración es un acto radical de amor. Es un acto radical de generosidad. En el fondo, todos deseamos hacer el regalo radical y completo de nosotros mismos que vas a hacer hoy a Dios.

San Antonio de Padua te aconseja hoy: «Con todo Su ser redimió todo tu ser, para que solo Él te poseyera enteramente. Ama, pues, al Señor tu Dios con todo tu corazón. No retengas ninguna parte de ti… Ama enteramente, no en parte».

Hoy ofreces todo tu ser a Jesús en la Eucaristía. No retengas nada. Tu consagración es una declaración ante Dios.

Unes tu «sí» al «sí» de María. Unes tu «sí» al «sí» de José. Unes tu «sí» al «sí» de Pedro y Pablo.

Estás uniendo tu «sí» con el «sí» de Miguel, Gabriel, Rafael, Juan Bautista, Andrés, Santiago, Juan, Tomás, Jacobo, Felipe, Bartolomé, Mateo, Simón, Judas, Matías, Bernabé, Lucas y Marcos.

Estás uniendo tu «sí» al «sí» de Francisco, Agustín y Aquino. Unes tu «sí» al «sí» de la Madre Teresa y de San Juan Pablo II. Unes tu «sí» al «sí» de Teresa de Ávila y Teresa de Lisieux.

Estás uniendo tu «sí» al «sí» de todos los ángeles y santos de Dios.

Es un momento histórico. Un momento épico en tu camino espiritual. Recibirás muchos dones de esta Consagración Eucarística. Uno de esos dones

será la claridad. El compromiso conduce a la claridad. Y la claridad nos permite centrar nuestra atención y energía en las cosas más importantes. La claridad del compromiso es algo bello, profundo y al mismo tiempo intensamente práctico. Verás con nuevos ojos lo que más importa y lo que es superficial e insignificante. Aprecia esa claridad. Es un don escaso en un mundo ahogado en el caos y la confusión.

Hay una frase en el Evangelio de San Lucas en la que quiero que profundices en los próximos días. Es una de mis frases favoritas de las Escrituras. Fue la noche en que nació Jesús. Los pastores, los ángeles y los Magos decían todas estas cosas asombrosas sobre quién era Jesús y lo que iba a hacer por la humanidad. Y las Escrituras dicen: «Pero María atesoraba todas estas cosas, reflexionando sobre ellas en su corazón». (San Lucas 2:19)

Hay palabras de estos treinta y tres días que debes atesorar. Hay palabras que recibirás hoy de Dios como parte de tu Consagración y que querrás meditar en tu corazón durante días, semanas, meses y años. Espero que te concedas el tiempo necesario para reflexionar. Rezo para que sigas desglosando las ideas con las que Dios ha llenado tu corazón, tu mente y tu alma durante estos treinta y tres días.

La última parte de nuestro viaje juntos es la Oración de la Consagración. Sin embargo, para preparar nuestros corazones y mentes para concebir lo que está a punto de suceder, me gustaría compartir contigo un poema y la historia de cómo llegó a mi vida. Describe lo que está a punto de sucederte mejor de lo que yo podría hacerlo jamás.

Mi maestra de cuarto grado, la señora Pauline Rutter, en su sabiduría, nos presentó a mis compañeros y a el siguiente poema. Después de recitarlo un día, nos dijo que durante la semana siguiente nos lo aprenderíamos de memoria. Cada mañana, para empezar el día, alguien le recitaría el poema a la clase. Era solo un ejemplo de sus muchos momentos de genialidad. En aquel momento, nuestra comprensión del poema era superficial, tal vez porque uno necesita experimentar algunos de los duros golpes de la vida para apreciar realmente todo su significado.

Estaba maltrecho y lleno de golpes y el subastador pensó que escasamente valía la pena perder mucho tiempo con el viejo violín, pero lo sostuvo con una sonrisa.

«¿Qué me ofrecen, buena gente?», gritó,

«¿Quién empezará la puja por mí?».

«Un dólar, un dólar» ¡Entonces dos! ¿Solo dos?

«Dos dólares y ¿quién sube a tres?».

«Tres dólares, a la una; tres dólares a las dos; a las tres… ». Pero no, desde el salón, muy atrás, un hombre de pelo gris se acercó y cogió el arco; luego, limpiando el polvo del viejo violín, y apretando las cuerdas sueltas tocó una melodía pura y dulce como si cantara un ángel.

Cesó la música, y el subastador, con voz tranquila y baja, dijo: «¿Cuánto me ofrecen por el viejo violín?». Y lo levantó con el arco.

«Mil dólares, ¿y quién ofrece dos?

¡Dos mil! ¿Y quién sube a tres?

Tres mil, a la una; tres mil, a las dos, Sigue y…vendido», dijo.

La gente aclamó, pero algunos gritaron:

«No acabamos de entender».

¿Qué cambió su valor?». Rápida fue la respuesta:

«El toque de la mano de un maestro».

Y muchos hombres con sus vidas descompuestas, y maltratados y marcados por el pecado, son subastados por muy poco a la multitud irreflexiva así como el viejo violín.

Un «plato de potaje», una copa de vino, un juego, y él sigue. se «va» una vez, y se «va» dos veces, se «va» y casi se «fue».

pero el Maestro viene, y la tonta multitud nunca puede entender del todo el valor de un alma y el cambio que se produce por el toque de la mano del Maestro.

«El toque de la mano del Maestro», de Myra B. Welch.

Las cosas increíbles son posibles cuando nos ponemos en las manos del Maestro, y eso es exactamente lo que vas a hacer hoy al consagrarte a Jesús en la Eucaristía.

Puede que te sientas maltrecho y golpeado. Puede que pienses que tu vida está descompuesta. Puede que hayas perdido de vista tu verdadero valor. Puede que la multitud irreflexiva te haya abandonado. Pero cuando permitimos que el Maestro dirija nuestras vidas, todo cambia.

A lo largo de este viaje he estado hablando de la Gloria Eucarística. Y, sin duda, te preguntarás: ¿qué es la Gloria Eucarística? Rezamos en la Misa: «Sea la alabanza, la honra, la gloria y el dominio por los siglos de los siglos. Amén». Viene del Apocalipsis (5:13). Sin embargo, Dios quiere que participemos de su gloria. El Catecismo de la Iglesia Católica nos enseña que la Eucaristía es una prenda de nuestra futura gloria con Él.

«Habiendo pasado de este mundo al Padre, Cristo nos da en la Eucaristía la prenda de la gloria con Él. La participación en el Santo Sacrificio nos identifica con su Corazón, sostiene nuestras fuerzas en la peregrinación de esta vida, nos hace anhelar la vida eterna y nos une ya desde ahora a la Iglesia del Cielo, a la Santísima Virgen María y a todos los santos» (CIC 1419).

«Nos une también ahora a la Iglesia del Cielo». Cada vez que recibimos a Jesús en la Eucaristía, tocamos el Cielo, nos unimos con todos los ángeles y santos, y en ese momento, participamos de la gloria de Dios: eso es la Gloria Eucarística.

El Cielo y la Tierra se encuentran en la Eucaristía. Es hora de descubrir todo lo que eres, todo lo que puedes ser y todo lo que serás en Jesucristo. Es hora de abrazar la Gloria Eucarística.

Y ahora, es el momento de consagrarte a Jesucristo en la Eucaristía…

Oración de Consagración

Señor Jesucristo,

Pan de Vida,

Dios y Hombre verdadero,

Alfa y Omega,

Verdaderamente presente —Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad— en el Santísimo Sacramento,

hoy me consagro a Ti sin reservas.

Aquí estoy, Señor.

Vengo a hacer Tu voluntad.

Ven y habita en mí.

Cura mi cuerpo, centra mi mente,

transforma mi corazón y alimenta mi alma,

para que pueda representarte fielmente en las múltiples situaciones y circunstancias de mi vida diaria.

Señor Jesucristo, verdaderamente presente en la Eucaristía,

hoy me consagro a Ti sin reservas.

No retengo nada.

Me abandono total y absolutamente a Tu bondad.

Conozco los planes que tienes para mí:

planes de prosperidad y bienestar, planes de bien y no de mal,

planes que me dan esperanza y futuro.

Señor Jesucristo, verdaderamente presente en la Eucaristía,

hoy me consagro a Ti sin reservas.

Entrego todo mi ser a Tu cuidado.

Te entrego mi vida, mis planes y mi propio ser.

Pongo todo lo que soy a Tus pies.

Toma lo que quieras tomar y da lo que quieras dar.

Señor Jesucristo, verdaderamente presente en la Eucaristía,

hoy me consagro a Ti sin reservas.

Transfórmame. Transforma mi vida.

Confío en la genialidad eterna de Tus caminos.

Me pongo a Tu disposición al cien por cien.

Guíame, anímame, desafíame.

Muéstrame cómo puedo colaborar contigo y haré lo que Tú me pidas con el corazón alegre.

Señor Jesucristo, verdaderamente presente en la Eucaristía,

hoy me consagro a Ti sin reservas.

Concédeme la gracia, la sabiduría y la valentía para vivir con justicia,

amar con ternura y caminar humildemente contigo, Dios mío, todos los días de mi vida.

Ángeles y Santos,

Guíenme por los caminos del peregrino,

para que un día yo también pueda compartir el Cielo.

Con Su bendición y por Su gracia concédanme su humildad, generosidad y devoción,

y les imploro que lleven esta oración a nuestro Señor Eucarístico.

María, Madre de Jesús,

Enseña a mi alma a recibir a tu Hijo en la Eucaristía, y a representarlo en este mundo.

Enséñame la entrega y el sacrificio que fueron necesarios para hacer posible la Eucaristía en este mundo roto.

Intercede por mí y obtén la gracia necesaria para que las enseñanzas de tu Hijo penetren las partes más oscuras, frías y duras de mi corazón, para que recibiéndolo en la Eucaristía mi corazón se asemeje cada vez más a Su Corazón Eucarístico.

Amén.