DÍA 32 - LA PRESENTACIÓN DE JESÚS
«Esta es la voluntad de Dios: su santificación». 1 Tesalonicenses 4:3
«Al cumplirse los días para la purificación de ellos, según la ley de Moisés, lo trajeron a Jerusalén para presentar al Niño al Señor, (como está escrito en la Ley del Señor: “TODO VARÓN QUE ABRA LA MATRIZ SERÁ LLAMADO SANTO PARA EL SEÑOR)”, y para ofrecer un sacrificio conforme a lo que fue dicho en la Ley del Señor: “UN PAR DE TÓRTOLAS O DOS PICHONES”.
«Había en Jerusalén un hombre que se llamaba Simeón. Este hombre, justo y piadoso, esperaba la consolación de Israel, y el Espíritu Santo estaba sobre él. Y por el Espíritu Santo se le había revelado que no vería la muerte sin antes ver al Cristo del Señor. Movido por el Espíritu fue al Templo. Y cuando los padres del niño Jesús lo trajeron para cumplir por Él el rito de la ley, Simeón tomó al Niño en sus brazos, y bendijo a Dios diciendo: “Ahora, Señor, permite que Tu siervo se vaya en paz, conforme a Tu palabra; porque mis ojos han visto Tu salvación, la cual has preparado en presencia de todos los pueblos; LUZ DE REVELACIÓN A LOS GENTILES, u gloria de Tu pueblo Israel”.
«Y los padres del Niño estaban asombrados de las cosas que de Él se decían. Simeón los bendijo, y dijo a Su madre María: “Este Niño ha sido puesto para caída y levantamiento de muchos en Israel, y para ser señal de contradicción, y una espada traspasará aun tu propia alma, a fin de que sean revelados los pensamientos de muchos corazones”. […] Habiendo ellos cumplido con todo conforme a la Ley del Señor, se volvieron a Galilea, a su ciudad de Nazaret. Y el Niño crecía y se fortalecía, llenándose de sabiduría; y la gracia de Dios estaba sobre Él» (San Lucas 2:22-35, 39-40).¿Has esperado alguna vez algo con gran expectativa? ¿Has esperado pacientemente? ¿Qué esperas ahora en tu vida?
Simeón había esperado. Este era su momento. Había esperado pacientemente y había rezado pacientemente. Entonces tomó al niño Jesús en sus brazos. Imagina la emoción que sintió al estrechar al niño contra su pecho, con su larga barba gris acariciando la cabeza del niño. Su rostro se llenó de una extraña combinación de alegría y angustia: alegría por el presente, angustia por el futuro que sabía o intuía que el niño tendría que afrontar. Las lágrimas corrían por su rostro.
Imagínate ese día en el Templo. María y José han traído a Jesús para presentarlo al Señor en obediencia a la ley judía. María, la Madre de Dios, somete a su hijo a la Ley de Moisés. Piensa en ello: están presentando a Dios a Dios, y sin embargo son obedientes a la ley. Si alguien estuvo alguna vez exento de una ley, fueron Jesús, María y José en este momento. Pero eligieron la obediencia. Este es un acto trascendental de humildad.
¿Cuántas veces decidimos que una norma o una ley no se aplica a nosotros? Cuando conducimos a más velocidad de la permitida, omitimos declarar unos ingresos imponibles, o dejamos el teléfono encendido cuando debería estar apagado, en realidad estamos diciendo: «Esa ley no se aplica para mí. Es para todos los demás. Yo estoy por encima de esa ley». Esta es nuestra arrogancia.
«La pobreza, la castidad y la obediencia. La obediencia es, con mucho, la forma más dura de vivir», me dijo una vez un viejo y sabio monje. ¿A quién estás dispuesto a obedecer? Somos alérgicos a esta palabra. Parece que solo somos obedientes a nuestros propios deseos. Adictos al confort y a la comodidad, rechazamos la noción misma de obediencia. No es de extrañar que nos cueste tanto rendirnos en obediencia a la voluntad de Dios.
La palabra obediencia viene del latín obedire, que significa «escuchar profundamente». María escuchó profundamente. Simeón escuchó profundamente. Al escuchar profundamente, vieron la sabiduría del camino de Dios.
Con estas inspiraciones en nuestros corazones y mentes, nos dirigimos a Jesús y rezamos:Señor, danos la paciencia de Simeón, sabiendo que nuestra impaciencia se interpone en el camino de la obediencia; danos la gracia necesaria para ver la obediencia como algo que da vida y no como algo que oprime. Ayúdanos a ser cada día un poco más pacientes y enciende en nuestros corazones una llama de deseo de obediencia.
Inspíranos para que nos demos cuenta de que Tu guía, reglas y leyes están diseñadas en parte para protegernos de la gran miseria que experimentan las personas cuando rechazan Tu sabiduría. Y sabiendo que no podemos amarte si no somos obedientes a Ti, nos presentamos hoy ante Ti como María y José presentaron a Jesús.
Instrúyenos en todo; guíanos en todo; mándanos en todo; deseamos ser tus fieles servidores.
María, ruega por nosotros y enséñanos a escuchar profundamente a tu Hijo. Amén.
¿Estás preparado? Creo que sí. Igual que José y María consagraron a Jesús en el Templo, mañana tú consagrarás tu vida a Jesús en la Eucaristía. Será un momento épico en tu vida. La Consagración a la Eucaristía te cambiará de un modo que ni siquiera puedes empezar a comprender. Por eso, mi consejo de hoy es sencillo y práctico: mañana será un día trascendental; acuéstate pronto y descansa bien.
Confía. Entrégate. Cree. Recibe.
LECCIÓN
Aprende a escuchar profundamente la voz de Dios en tu vida. Nuestro deseo de dirigir nuestras propias acciones nace de la ignorancia y la arrogancia. La obediencia a la voluntad de Dios es el camino vivificante para florecer y llegar a ser todo lo que Dios te creó para ser. Pruébalo en algunos pequeños momentos y siente cómo tu alma empieza a llenarse de alegría. Esto te dará el valor para rendirte más a Su voluntad cada día que pasa.
VIRTUD DEL DÍA
La obediencia: la virtud de la obediencia es simplemente hacer lo que Dios te pide, incluso cuando preferirías hacer otra cosa, o piensas que hay una manera mejor. Tanto la obediencia a Dios como la obediencia a una autoridad terrenal que busca la virtud son bendiciones profundas que liberan el alma y hacen posible la aceptación pacífica.
COMUNIÓN ESPIRITUAL
Jesús,
creo que Tú estás verdaderamente presente en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía.
Cada día anhelo más de Ti.
Te amo sobre todas las cosas y deseo recibirte en mi alma.
Ya que no puedo recibirte sacramentalmente en este momento, Te invito a que vengas y habites en mi corazón.
Que esta comunión espiritual aumente mi deseo de la Eucaristía.
Tú eres el sanador de mi alma.
Quita la ceguera de mis ojos, la sordera de mis oídos,
la oscuridad de mi mente,
y la dureza de mi corazón.
Lléname de gracia, sabiduría y valor para hacer Tu voluntad en todas las cosas.
Señor mío y Dios mío, acércame a Ti más que nunca.
Amén.
