DÍA 31 - EL CAMINO DE LA VIRTUD
«Esta es la voluntad de Dios: su santificación». 1 Tesalonicenses 4:3
Hace ochocientos años, un joven italiano que buscaba el sentido de su vida entró a una vieja iglesia en ruinas y oyó la voz de Dios que le hablaba: «Reconstruye mi Iglesia. Como puedes ver, está en ruinas». Si tú y yo escuchamos con atención, creo que oiremos hoy la misma voz diciendo lo mismo.
El joven era Francisco de Asís. Su primera reacción fue reparar y reconstruir varias iglesias en Asís y sus alrededores, pero la voz seguía llamándolo: «Francisco, reconstruye mi Iglesia. Como puedes ver, está en ruinas».
En los últimos cincuenta años, hemos dedicado mucho tiempo, energía y dinero a construir y restaurar las instalaciones físicas de nuestras iglesias. Pero la voz de Dios sigue llamándonos. Una vez más, Dios está diciendo: «Reconstruye mi Iglesia», y la reconstrucción que hay que hacer ahora es de naturaleza espiritual.
La única manera de que nuestra vida mejore realmente es adquiriendo virtud. Del mismo modo, es imposible que una sociedad mejore realmente si sus miembros no crecen en virtud. La renovación que la Iglesia y la sociedad necesitan tan desesperadamente es una renovación de la virtud. Y es nuestra relación con Jesús la que nos da la fuerza, la gracia y la sabiduría para crecer en la virtud.
¿Qué es la virtud? Es «una disposición habitual y firme a hacer el bien» (CIC 1833).
La gran falacia de la vida moral tibia es creer que nuestra única responsabilidad es eliminar el vicio de nuestras vidas. En ausencia de un esfuerzo sincero y concentrado para crecer en la virtud y una apertura a la voluntad de Dios para nuestras vidas, el vicio se colará en nuestras vidas en forma de cientos de hábitos egocéntricos y autodestructivos.
Ningún hombre o mujer nace virtuoso. Los buenos hábitos no se inculcan. La virtud hay que buscarla y solo se adquiere con la práctica. Aprendes a montar en bicicleta montando en bicicleta. Aprendes a jugar béisbol jugando béisbol. Aprendes a ser paciente practicando la paciencia.
Aprendes a ser virtuoso practicando la virtud.
Durante miles de años, políticos, filósofos y Sacerdotes han discutido sobre la mejor manera de organizar la sociedad. Diversas sociedades y organizaciones han empleado a lo largo de la historia muchos conceptos organizativos, como el deber, la obligación, la ley, la fuerza, la obediencia, la tiranía y la codicia. Pero ¿cuál es el principio organizador por excelencia? La virtud. Dos personas virtuosas siempre tendrán una mejor relación que dos personas sin virtud. Dos personas pacientes siempre tendrán una relación mejor que dos personas impacientes. Dos personas amables y generosas siempre tendrán una relación mejor que dos personas egoístas. Dos personas humildes siempre tendrán una relación mejor que dos personas orgullosas. No a veces, sino siempre. Y el mundo es solo una extensión de tu relación conmigo y de mi relación contigo. Si ambos nos esforzamos por vivir una vida virtuosa, nuestra relación prosperará. Pero si dejamos de luchar por la virtud, nuestra relación se desintegrará.
La virtud conduce a mejores personas, a una vida mejor, a mejores relaciones y a un mundo mejor. Si la humanidad va a florecer en el siglo XXI será porque nos demos cuenta de una vez por todas de que el concepto organizativo clave de una civilización verdaderamente grande es la virtud.
La conexión entre la virtud y el florecimiento de un individuo es incuestionable. Vivir una vida de virtud es ir más allá de la inquietud y el caos que agonizan en el corazón humano y abrazar una vida de orden y coherencia.
La Iglesia siempre ha proclamado que las siete virtudes fundamentales son la piedra angular de la vida moral. Este fundamento está formado por las virtudes sobrenaturales (fe, esperanza y amor) y las cuatro virtudes cardinales (prudencia, justicia, templanza y fortaleza). Las virtudes sobrenaturales nos liberan del egocentrismo, nos protegen del vicio por excelencia —el orgullo— y nos disponen a vivir en relación con Dios. Las virtudes cardinales, a veces llamadas «virtudes humanas», nos permiten adquirir el autodominio necesario para ser libres y capaces de amar. Lo hacen ordenando nuestras pasiones y guiando nuestra conducta de acuerdo con la fe y la razón (CIC 1834).
El único modo de que nuestra vida mejore realmente es adquiriendo virtud. Crecer en la virtud es mejorar como ser humano. Llegar a ser hoy mejor persona de lo que era ayer, esto es el logro. Ernest Hemingway observó: «No hay nada noble en ser superior al prójimo; la verdadera nobleza es ser superior a uno mismo».
La virtud es fundamental para el crecimiento de un cristiano. Al principio de nuestro viaje juntos (el Día 8) hablamos de cómo las personas tienden a imitar a las cinco personas con las que pasan más tiempo. ¿Son tus cinco personas virtuosas? Si no es así, tienes que cambiar. Y puede que pienses: No puedo cambiar. Mis cinco personas ya están decididas y no son virtuosas.
Sin embargo, pensemos en otra cosa que hemos aprendido en esta peregrinación juntos. No dejes que lo que no puedes hacer interfiera con lo que sí puedes hacer (Día 21). El diablo quiere que te centres en lo que no es posible. Jesús nos ayuda a centrarnos en lo que es posible y a encontrar nuevas posibilidades.
Puede que las personas que te rodean no tengan ningún interés en la virtud. Pero yo miro mi biblioteca y veo un montón de personas virtuosas con las que puedes pasar tiempo: la Madre Teresa, Fulton Sheen, C. S. Lewis, Teresa de Ávila, Teresa de Lisieux, Agustín, Aquino, Chesterton, Tolkien, Kreeft, Dorothy Day. La lista es interminable. Las virtudes son los hábitos de los santos. Y luego, por supuesto, está Jesús en la Eucaristía.
Jesús es la virtud personificada. Él es honesto, paciente, amable, humilde, valiente, compasivo, esperanzado, sabio, generoso, gentil, resiliente, amoroso. Y siempre que actuamos virtuosamente, de alguna manera misteriosa y asombrosa, introducimos la gracia y la bondad de Dios en el mundo. La virtud se hizo hombre para que el hombre se convirtiera en virtud.
La Eucaristía es, como observó San Pedro Eymard, «un depósito divino lleno de toda virtud; Dios la ha puesto en el mundo para que todos puedan sacar de ella». Por tanto, aprovéchala. Pasa tiempo con Jesús en la Eucaristía y saca de ese depósito abundantemente y con frecuencia.Confía. Entrégate. Cree. Recibe.
LECCIÓN
Vivir una vida de virtud es ir más allá de la inquietud y el caos que hacen agonizar al corazón humano y abrazar una vida de orden y coherencia. Existe una clara conexión entre una vida de virtud y el florecimiento humano. La virtud conduce a mejores personas, una vida mejor, mejores relaciones y un mundo mejor. La Eucaristía es un depósito lleno de todas las virtudes. Mientras más tiempo pasemos con Jesús en la Eucaristía, más abundantes serán las virtudes que saquemos de ese depósito.
VIRTUD DEL DÍA
La generosidad: la virtud de la generosidad refleja la abundancia de la generosidad de Dios. Regala algo cada día. No es necesario que sea una posesión material o dinero. Regala un cumplido, una sonrisa, un consejo, un estímulo. Expresa tu aprecio. Sorprende a alguien haciendo algo bien. Da dondequiera que vayas a todas las personas que conozcas. Vive una vida de asombrosa generosidad.
COMUNIÓN ESPIRITUAL
Jesús,
creo que Tú estás verdaderamente presente en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía.
Cada día anhelo más de Ti.
Te amo sobre todas las cosas y deseo recibirte en mi alma.
Ya que no puedo recibirte sacramentalmente en este momento, Te invito a que vengas y habites en mi corazón.
Que esta comunión espiritual aumente mi deseo de la Eucaristía.
Tú eres el sanador de mi alma.
Quita la ceguera de mis ojos, la sordera de mis oídos,
la oscuridad de mi mente,
y la dureza de mi corazón.
Lléname de gracia, sabiduría y valor para hacer Tu voluntad en todas las cosas.
Señor mío y Dios mío, acércame a Ti más que nunca.
Amén.
