DÍA 28 - HASTA EL FIN DEL MUNDO

«¿Y qué es lo que demanda el SEÑOR de ti, sino solo practicar la justicia, amar la misericordia, y andar humildemente con tu Dios?» Miqueas 6:8

En 1163, un hombre caminaba junto al río Sena, en París, cuando vio una enorme obra nueva. Se acercó y vio a unos hombres colocando ladrillos. Era tarde y los albañiles estaban cansados y sudando.

Le preguntó a uno de ellos: «¿Qué están construyendo aquí?». Este le contestó: «Solo estoy poniendo ladrillos».

Le preguntó a otro: «¿Qué estás construyendo aquí?». El albañil se burló y le dijo: «¿Estás ciego? Estoy construyendo un muro».

Frustrado, el hombre empezó a alejarse, pero al darse vuelta chocó con otro de los albañiles, que también estaba poniendo ladrillos. «¿Qué estás construyendo aquí?», le preguntó.

El albañil dejó de trabajar. Dio un paso atrás e indicó al hombre que hiciera lo mismo. Luego, mirando al cielo, dijo: «Estamos construyendo una catedral».

«Las catedrales son hermosas», comentó el hombre.

«Nunca has visto una catedral tan hermosa», respondió el albañil. «Esta será la catedral más notable que el mundo haya visto jamás. Se elevará sobre la ciudad, hombres y mujeres se maravillarán ante ella, y vendrá gente de todo el mundo solo para verla».

Se necesitaron 182 años para terminar esa catedral. Los que comenzaron a construirla nunca llegaron a verla terminada. Tiene 420 pies de largo, 157 pies de ancho y 300 pies de alto, y con toda la rica historia de Francia, increíbles vistas y arte fenomenal, sigue siendo la atracción más visitada de Francia cada año. Con trece millones de visitantes anuales, tiene casi el doble de visitantes que la Torre Eiffel y cuatro millones más que el Louvre.

Es la catedral de Notre-Dame. Hombres y mujeres de todos los credos y sin credo alguno vienen a visitar Notre-Dame de París y maravillarse ante ella.

Me encanta París. Voy allí un par de veces al año durante una semana para alejarme de todo y de todos y centrarme en mis escritos. Estos viajes suelen coincidir con el comienzo y el final de un libro. Cada año, mi nuevo libro sale a la venta el 15 de agosto, fiesta mariana de la Asunción. Pero antes de que el libro salga al público, llevo el manuscrito terminado a la catedral de Notre-Dame y lo consagro al cuidado de María.

El 15 de abril de 2019, hacia las seis de la tarde, estaba sentado en mi habitación de hotel en París escribiendo. Estaba terminando mi libro Redescubre a los santos. La ciudad empezó a enloquecer. La gente gritaba y empezaron a sonar sirenas, docenas de ellas. Miré por la ventana y vi humo. Notre-Dame estaba ardiendo. La veía desde la ventana de mi habitación.

La catedral de Notre-Dame ha sido considerada durante mucho tiempo uno de los lugares más bellos del planeta. El mundo lloró cuando la emblemática estructura ardió en llamas. Durante horas, los espectadores vigilaron desde las calles, llorando, rezando y cantando himnos mientras ardía una de las iglesias más bellas del mundo.

Antes del incendio, la impresionante belleza de la catedral había resistido el paso del tiempo durante más de 800 años. La construcción original comenzó en 1163 y tardó casi 200 años en completarse. Miles de trabajadores contribuyeron a levantar la enorme estructura, muchos de los cuales nunca la vieron terminada. También fue un proyecto peligroso. Según las estimaciones, entre sesenta y cien hombres murieron durante la construcción. Mientras tanto, durante generaciones, un número desconocido de ciudadanos aportó dinero para sostener el proyecto, aunque fueran pobres en muchas ocasiones. Y tras el incendio, personas de todo el mundo se comprometieron a donar casi mil millones de dólares para reconstruirlo.

Gracias al trabajo, la generosidad y los sacrificios de tantas personas, millones de visitantes y peregrinos se han maravillado ante la belleza gótica de la Catedral, y ahora, millones más tendrán la oportunidad de hacerlo durante futuras generaciones.

Todo esto plantea una pregunta: ¿por qué? ¿Por qué gastar tanto tiempo, energía y dinero para construir una edificación? ¿Qué motivó a tanta gente a mantener semejante esfuerzo durante generaciones?

Hay muchas motivaciones posibles: estética y arquitectura, legado y vanidad, ego y orgullo. Quizá todas ellas hayan desempeñado algún papel. Sin embargo, cada una de estas razones palidece en comparación con lo más profundo y hermoso que motivó cada bloque de piedra caliza y cada pincelada de pintura.

¿Cuál es esa razón? La fe. Una creencia inquebrantable en que Jesús, realmente presente en la Eucaristía, vendría a habitar en la catedral mientras esta se mantuviera en pie.

Notre-Dame es solo un ejemplo entre miles. Viaja a cualquier parte del mundo y pide que te lleven al edificio más hermoso de la zona. La mayoría de las veces, te llevarán a una iglesia católica. ¿Por qué los católicos han construido tantas iglesias hermosas en todos los siglos y en todo el mundo? No es por el arte ni por la arquitectura. No es por el legado o el orgullo personal. Es porque creemos que Jesús está realmente presente en la Eucaristía.

¿Hay iglesias católicas feas? Sí. ¿Quién las construyó y diseñó? Es solo una suposición, incluso una especulación, pero sospecho que fueron construidas por personas que no creían en la Verdadera Presencia de Jesús en la Eucaristía.

Visita la Basílica de San Pedro en Roma, la Catedral de Santa María en Sídney, la Catedral del Duomo en Milán, el Santuario de Las Lajas en Colombia, la Catedral de San Patricio en Nueva York, la Basílica del Santuario Nacional de la Inmaculada Concepción en Washington, D. C., o cualquiera de las miles de increíbles iglesias católicas de todo el mundo, y experimentarás la sensación de lo sagrado y el asombro que inspiran.

¿Qué nos dicen realmente estas hermosas iglesias? Nos dicen que aquí hay algo más grande que el arte o la arquitectura, algo más que historia, y no solo algo… sino alguien. Ese alguien es Jesucristo, realmente presente en la Eucaristía, presente en todas estas iglesias, y presente en el Sagrario de tu iglesia local.

Cuando Jesús estaba a punto de ascender al Cielo, permaneció frente a sus discípulos e hizo una promesa extraordinaria: «Yo estoy con ustedes todos los días, hasta el fin del mundo» (San Mateo 28:20). En el corazón de la fe católica está la creencia inquebrantable de que Jesús cumple esta promesa a través de la Eucaristía. No solo permanece con nosotros en espíritu, sino también físicamente, dándonos Su Cuerpo y Su Sangre en el Santísimo Sacramento. La belleza de las iglesias católicas alrededor del mundo es testimonio de esta fe. Ahora mismo, mientras lees esto, en algún lugar del mundo se está celebrando la Misa y Jesús está cumpliendo una vez más su promesa.

¿Qué significa esto para ti y para mí en nuestra vida cotidiana? Bueno, si aceptamos esto como verdad, entonces todo cambia. Cuando tenemos una pregunta sobre nuestras vidas, ya no podemos actuar como si no supiéramos dónde encontrar la respuesta. Podemos acudir a Aquel que tiene todas las respuestas. Cuando nos enfrentamos a un dilema que no podemos resolver, ya no podemos decir que no sabemos. Podemos llevárselo a Jesús. Cuando nos sentimos solos o alejados de Dios, ya no podemos decir que no sabemos dónde encontrarlo. Podemos ir a Misa o sentarnos ante el Sagrario.

Jesús elige estar con nosotros —en cuerpo y espíritu— en cada Sagrario y en cada altar de todas las iglesias católicas del mundo. Prometió estar con nosotros hasta el fin del mundo, y nunca romperá esa promesa. La única pregunta que nos queda es: ¿Escogeremos estar con Él?

Confía. Entrégate. Cree. Recibe.

LECCIÓN

Jesús prometió estar con nosotros hasta el fin del mundo. Él cumple esa promesa cada día en las iglesias más hermosas de las ciudades más acaudaladas y en las iglesias más humildes de los barrios más pobres. Sé consciente de Su presencia mientras te mueves por el mundo.

VIRTUD DEL DÍA

La sinceridad: la virtud de la sinceridad implica estar libre de pretensiones, engaños e hipocresía. Se consigue guiando nuestras palabras y acciones con la verdad y la justicia. Mantén tus promesas. Si dices que harás algo, hazlo.

COMUNIÓN ESPIRITUAL

Jesús,

creo que Tú estás verdaderamente presente en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía.

Cada día anhelo más de Ti.

Te amo sobre todas las cosas y deseo recibirte en mi alma.

Ya que no puedo recibirte sacramentalmente en este momento, Te invito a que vengas y habites en mi corazón.

Que esta comunión espiritual aumente mi deseo de la Eucaristía.

Tú eres el sanador de mi alma.

Quita la ceguera de mis ojos, la sordera de mis oídos,

la oscuridad de mi mente,

y la dureza de mi corazón.

Lléname de gracia, sabiduría y valor para hacer Tu voluntad en todas las cosas.

Señor mío y Dios mío, acércame a Ti más que nunca.

Amén.