DÍA 27 - NUESTRA SEÑORA DE FÁTIMA

«¿Y qué es lo que demanda el SEÑOR de ti, sino solo practicar la justicia, amar la misericordia, y andar humildemente con tu Dios?» Miqueas 6:8

Corría el año 1917. El mundo estaba en guerra. La Primera Guerra Mundial hacía estragos. Veinte millones de muertos y veintiún millones de heridos. Y María vino a advertir a la gente de que se avecinaban atrocidades aún peores si la humanidad no cambiaba de rumbo.

Tres niños portugueses recibieron visiones y mensajes de María. Lucía, Francisco y Jacinta, de diez, nueve y siete años. En 1917, Fátima se convirtió en el centro del mundo para muchos creyentes, que acudían de todas partes con la esperanza de experimentar uno de los milagros o de hablar con los niños.

Las autoridades locales encerraron a los niños en tres celdas separadas durante tres días, en un intento de coaccionarlos para que se retractaran de su historia. Les dijeron que los freirían en aceite de oliva si seguían mintiendo y los amenazaron con todo tipo de amenazas contra sus familias y su pueblo. Sin embargo, los niños se mantuvieron firmes en sus relatos sobre lo que habían vivido.

¿Cuál era el mensaje? Un llamado urgente a la conversión y a la penitencia. Esta es la forma más sencilla de expresarlo. Por supuesto, los mensajes de mayo a octubre de 1917 tenían muchos aspectos. María habló del Cielo, el Infierno, la Muerte y el Juicio Final (las Cuatro Últimas Cosas). Los mensajes incluían reflexiones sobre el pecado y el sacrificio, y un llamado a rezar el rosario por la paz en nuestras familias y en el mundo. Y, lo que es especialmente importante en nuestro camino hacia la Consagración Eucarística, María habló a los niños y al mundo sobre el respeto a la Eucaristía.Ha habido muchos signos y apariciones sobrenaturales a lo largo de la historia cristiana, pero no como el de Fátima. Es, sin duda, la más profética de las apariciones modernas. María dio a los niños una visión del Infierno, predijo la Segunda Guerra Mundial (antes del final de la Primera Guerra Mundial) y predijo el inmenso daño que Rusia haría al abandonar la fe cristiana y abrazar el comunismo.

María presentó a los niños dos caminos: uno de salvación y otro de destrucción. El mundo no escuchó y todo lo que Nuestra Señora de Fátima predijo se hizo realidad, incluyendo la destrucción de la Iglesia Católica desde adentro. El mundo no escuchó. El mundo sigue sin escuchar. Solo el 30 por ciento de los católicos en los Estados Unidos creen que Jesús está realmente presente en la Eucaristía. El otro 70 por ciento cree que es solo un símbolo. ¿Escucharás?

La primera aparición tuvo lugar el 13 de mayo de 1917. Era la fiesta de Nuestra Señora del Santísimo Sacramento. Sesenta y cuatro años más tarde, ese mismo día, el Papa San Juan Pablo II recibió un disparo en la plaza de San Pedro. Rezó a Nuestra Señora de Fátima en el momento en que recibió el disparo y, tras recuperarse de las heridas que pusieron en peligro su vida, viajó a Fátima y colocó la bala que el cirujano le extrajo del pecho en la corona de la estatua de Nuestra Señora de Fátima.

La última aparición tuvo lugar el 13 de octubre de 1917. María había dicho a los niños que esta sería la última aparición y prometió un milagro que cualquiera que asistiera podría presenciar. Hasta 100.000 personas se encontraban ese día en los campos de los alrededores de Fátima y fueron testigos del Milagro del Sol. Al día siguiente, los periódicos laicos de todo el mundo lo publicaron en primera página.

Los testigos cuentan que estuvieron de pie bajo la lluvia durante horas, esperando la aparición final y el milagro prometido. Las nubes oscuras que habían llenado el cielo durante la mayor parte del día se separaron y el sol apareció como un disco opaco que giraba en el cielo. Luces multicolores se extendieron por los campos y las multitudes. El sol, no tan brillante como de costumbre, se precipitó hacia la tierra antes de volver zigzagueando a su posición normal. Los testigos afirman que ese día podían mirar al sol sin que sus ojos sufrieran daño alguno. También afirmaron que el suelo, que momentos antes había estado húmedo y embarrado, estaba ahora seco como un hueso, al igual que sus ropas, cabellos y zapatos.Lucía describiría más tarde en sus memorias lo que sucedió aquel 13 de octubre.

«La Virgen abrió las manos y de ellas brotó una luz tan intensa que penetró en sus corazones y en lo más íntimo de sus almas. “¿Quién era esa luz?”, preguntamos, cayendo de rodillas y repitiendo estas palabras en nuestros corazones: “¡Oh Santísima Trinidad, yo te adoro! Dios mío, Dios mío, te amo en el Santísimo Sacramento”».

Hay quienes dicen que no debemos prestar demasiada atención a María, ya que debemos poner toda nuestra atención en Jesús. San Maximiliano Kolbe decía:

«No tengas miedo de amar demasiado a María. Nunca podrás amarla más de lo que la amó Jesús».

La pregunta en la que me gustaría que nos centráramos en nuestra reflexión sobre los acontecimientos y mensajes de Fátima es: ¿en qué medida recibes bien la Eucaristía? Se puede hacer bien y se puede hacer mal.

Esta pregunta es «qué tan bien», no «cómo», pero ambas están relacionadas.

¿Cómo recibes la Comunión? Algunos creen que no importa lo que lleves puesto, si te arrodillas o estás de pie, si la recibes en la lengua o en las manos, o si susurras el «Amén» o lo dices en voz alta. Lo que importa es la disposición de tu corazón. Si tienes amor y respeto en el corazón, qué más da cómo se reciba, dicen. Otros creen que solo hay una manera de mostrar el debido respeto a la Eucaristía y que hacer cualquier otra cosa es irreverente.

La verdad es que ambos tienen razón. El modo de recibir exteriormente importa. Y cómo recibes exteriormente debería ser una expresión de tu disposición interior. Es extraordinario que el Creador del Cielo y de la Tierra se haga presente en forma de pan y vino y que tú y yo podamos recibirlo. Es el milagro de los milagros. Si tenemos esto en cuenta, el «cómo» recibimos a Jesús nos ayudará a recibir «bien» la Eucaristía, interna y externamente. La forma más sagrada externa pierde significado si internamente nuestros corazones están alejados de Dios.

Si recibes la Eucaristía en las manos, habrás notado que el ministro de la Eucaristía te observa hasta que tomas la Hostia. ¿Sabes por qué? Porque las sectas satánicas y sus adoradores entienden quién y qué es la Eucaristía. Su creencia de que Jesús está realmente presente en la Eucaristía es inquebrantable. Los satanistas roban Hostias consagradas de las iglesias católicas y luego se burlan de Jesús y profanan la Eucaristía en una ceremonia a la que se refieren como «Misa Negra». Por eso el Ministro de la Eucaristía se asegura de que consumas la Hostia.

San Pablo enseñó que siempre debemos recibir la Sagrada Comunión de una manera digna. Dejó claro que si recibimos la Eucaristía de manera indigna, comemos y bebemos condenación sobre nosotros mismos (1 Corintios 11:27-32).

Un año antes de que María se apareciera a los niños de Fátima, Dios preparó a los niños con visitas del Ángel de la Paz. En una de ellas, sostenía un cáliz con una Hostia suspendida en el aire. Dejando el cáliz y la Hostia suspendidos en el aire, el ángel se arrodilló e hizo repetir a los niños tres veces:

«Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, los adoro profundamente y les ofrezco el preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo, presente en todos los Sagrarios del mundo, en reparación de los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con que Él mismo es ofendido. Y, por los infinitos méritos de su Sacratísimo Corazón, y del Inmaculado Corazón de María, les ruego la conversión de los pobres pecadores».

Entonces el ángel dio la Hostia a Lucía y la Preciosa Sangre a Jacinta y Francisco, y dijo: «Coman y beban el Cuerpo y la Sangre de Jesucristo, terriblemente ultrajado por la ingratitud de los hombres. Reparen sus crímenes y consuelen a su Dios».

Visité Fátima por primera vez a los veinte años. Sentí una atracción, un llamado a ir allí. Desde entonces, he visitado muchos otros lugares sagrados en todo el mundo, pero nunca sentí esa atracción hacia otro lugar que no fuera Fátima. En los diez años que siguieron a mi primera peregrinación a Fátima, volví más de veinticinco veces, llevando a miles de peregrinos a experimentar los misterios del lugar donde María pisó la tierra para alentar y advertir a la humanidad.

Hace muchos años, tuve la oportunidad de asistir a Misa con Sor Lucía. Era ya anciana y vivía como carmelita en una comunidad de clausura en Coimbra, al norte de Fátima. La miraba y me preguntaba qué sabría ella que los demás no supiéramos. Había paz y alegría en su rostro, pero también, por momentos, la angustia de quien lleva una pesada carga.

Durante mis veinticinco visitas a Fátima a lo largo de mi veintena, pasé innumerables horas en la Capilla de la Adoración pidiendo luz y dirección.Fueron algunas de las horas mejor pasadas de mi vida.

María nos llevará siempre a su Hijo. El Papa San Benedicto XVI observó:

«Existe un vínculo indisoluble entre la Madre y el Hijo, generado en su seno por obra del Espíritu Santo, y este vínculo lo percibimos, de modo misterioso, en el sacramento de la Eucaristía».

María te enseñará a dedicarte a Jesús, te llevará a consagrar tu vida a la Eucaristía. No hay nadie mejor para enseñarte a dedicarte completamente a Jesús en la Eucaristía. Ella te llevará a la Gloria Eucarística.

Esforcémonos por amar a Jesús en la Eucaristía como lo hicieron estos sencillos niños en Fátima hace más de cien años.

Confía. Entrégate. Cree. Recibe.

LECCIÓN

Todos estamos llamados a una continua conversión del corazón. Prepararnos para recibir la Eucaristía nos ayuda a vernos tal como somos. Recibir la Eucaristía nos da la fuerza y el valor necesarios para buscar continuamente esta conversión del corazón. Comprométete no solo a recibir a Jesús en la Eucaristía con frecuencia, sino a recibirlo bien.

VIRTUD DEL DÍA

La fortaleza: la virtud de la fortaleza es una virtud moral que asegura la firmeza ante las dificultades y los obstáculos, y también la constancia en la búsqueda de la santidad. Las aguas profundas y tranquilas del alma son el don de la fortaleza. Esta serenidad del alma es necesaria para no dejarse llevar por el momento, y nos ayuda a mantenernos centrados en nuestros deberes y compromisos.

COMUNIÓN ESPIRITUAL

Jesús,

creo que Tú estás verdaderamente presente en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía.

Cada día anhelo más de Ti.

Te amo sobre todas las cosas y deseo recibirte en mi alma.

Ya que no puedo recibirte sacramentalmente en este momento, Te invito a que vengas y habites en mi corazón.

Que esta comunión espiritual aumente mi deseo de la Eucaristía.

Tú eres el sanador de mi alma.

Quita la ceguera de mis ojos, la sordera de mis oídos,

la oscuridad de mi mente,

y la dureza de mi corazón.

Lléname de gracia, sabiduría y valor para hacer Tu voluntad en todas las cosas.

Señor mío y Dios mío, acércame a Ti más que nunca.

Amén.