DÍA 16 - SANADOR DE MI ALMA

«Todo lo puedo en Cristo que me fortalece». Filipenses 4:13

¿A quién conoces que necesite lo que necesitaba esta mujer?

«Y una mujer que había tenido un flujo de sangre por doce años y que había gastado en médicos todo cuanto tenía, sin que nadie pudiera curarla, se acercó a Jesús por detrás y tocó el borde de Su manto, y al instante cesó el flujo de su sangre. Y Jesús preguntó: «¿Quién es el que me ha tocado?». Mientras todos lo negaban, Pedro dijo, y los que con él estaban: «Maestro, las multitudes te aprietan y te oprimen». Pero Jesús dijo: «Alguien me tocó, porque me di cuenta de que había salido poder de Mí». Al ver la mujer que ella no había pasado inadvertida, se acercó temblando, y cayendo delante de Él, declaró en presencia de todo el pueblo la razón por la cual lo había tocado, y cómo al instante había sido sanada. Y Él le dijo: «Hija, tu fe te ha sanado; vete en paz » (San Lucas 8:43-48).

Jesús siempre está curando a la gente. Piensa en los Evangelios. Una cosa que vemos que hace una y otra vez es curar a hombres, mujeres y niños. Hizo ver a los ciegos, dio oído a los sordos, curó a los paralíticos, dio de comer a los hambrientos, consoló a los afligidos, aconsejó a los preocupados y ansiosos, liberó a los poseídos, limpió a los leprosos, perdonó a los que cargaban con la culpa y la vergüenza, dio la palabra a los que no podían hablar, e incluso resucitó a Lázaro de entre los muertos.

El error que cometemos es que apartamos estas historias y a las personas que aparecen en ellas de nosotros mismos. Creemos que no necesitamos curación. Si no somos ciegos, cuando escuchamos la historia de Jesús dando la vista al ciego Bartimeo, no pensamos en nosotros mismos. Si no estamos paralíticos, cuando oímos la historia de Jesús curando al paralítico, no pensamos en nosotros mismos. Si no somos sordos, cuando oímos la historia de Jesús devolviendo la audición a los sordos, no pensamos en nosotros mismos. Y nunca se nos ocurriría vernos a nosotros mismos en el hombre, la mujer o el niño poseídos.

Sin embargo, estamos ciegos. Estamos paralizados. Somos sordos. Estamos poseídos. Puede manifestarse de diferentes maneras y en diferentes grados, pero lo estamos. Todos estamos ciegos y sordos y paralizados y hambrientos. Todos necesitamos ser consolados en nuestras aflicciones. Necesitamos ser aconsejados en nuestras preocupaciones y ansiedad. Todos necesitamos ser liberados de los espíritus que nos poseen. Todos somos leprosos que necesitamos purificación. Todos necesitamos ser perdonados por los errores, pecados y remordimientos que nos cargan de culpa y vergüenza. Todos necesitamos que se nos dé voz en situaciones en las que nos cuesta hablar. Y de un modo u otro, alguna parte de nosotros, o algún aspecto de nuestras vidas necesita resucitar de entre los muertos.

Todos necesitamos curación. Desesperadamente.

Cuando te pregunté antes: «¿A quién conoces que necesite lo que necesitaba esta mujer?», ¿quién se te vino a la mente? Probablemente no pensaste en ti, pero tu necesidad de sanación es grande.

Ahora, piensa de nuevo en la historia del Evangelio de San Lucas, pero esta vez en el contexto de la Eucaristía. Esta pobre mujer había estado sangrando durante doce años, había oído hablar de Jesús, y había estado esperando a que Él llegara a su pueblo, o tal vez salió a buscarlo. Su fe era tal que no necesitaba mucha atención. Su ego estaba bajo control. Llena de fe y humildad, creyó que con solo tocar el manto de Jesús quedaría curada.

Esta es mi pregunta: ¿qué habría creído posible si hubiera podido recibir a Jesús en la Eucaristía: el Cuerpo, la Sangre, el Alma y la Divinidad? ¿Qué hubiera creído posible si hubiera podido experimentar la Gloria Eucarística de consumir a Cristo glorificado, resucitado de entre los muertos, bajo la apariencia de pan y vino?

¿Cómo crees que respondería ella si pudiera experimentar la Gloria Eucarística que la mayoría de los católicos dan por sentada los domingos? Y no solo ella, sino cualquiera de las decenas de personas que a lo largo del Evangelio se acercan humildemente a Jesús en busca de Su ayuda: ¿cómo responderían a la posibilidad y oportunidad de la Eucaristía?

¿Te has fijado en lo que dije antes? Jesús siempre está curando a la gente. No dije que Jesús siempre estaba curando a la gente porque eso habría sido una verdad a medias.

No sé qué forma toma tu necesidad de curación, pero sí sé quién puede hacer la curación: Jesús, el carpintero de Nazareth, el predicador itinerante, el Hijo de Dios, el Rey de reyes y el Señor de señores, el Cordero de Dios, el nuevo Adán, el Mesías, el Alfa y la Omega, el Elegido, la Luz del mundo, el Dios-Hombre que quiere cosas buenas para nosotros más de lo que nosotros las queremos para nosotros mismos, el sanador de nuestras almas.

¿Qué pasaría si el próximo domingo fueras a la Iglesia en busca de curación de la misma manera que esta mujer buscó a Jesús para ser curada? ¿Qué pasaría si llevaras esa parte rota y difícil de tu vida a Jesús en la Eucaristía? ¿Crees que Jesús puede curarte? Por ahora, no te preocupes por si lo hará o no. Solo concéntrate en creer que Él puede.

«Jesús tiene el poder no solo de curar, sino también de perdonar los pecados. Ha venido a sanar a toda la persona, alma y cuerpo. Él es el médico que necesitan los enfermos. Su compasión hacia todos los que sufren llega tan lejos que se identifica con ellos: “Estuve enfermo y me visitaron”» (CIC 1503). Jesús es tu sanador personal.

Antes de comenzar el primer día de esta jornada, en la introducción, hablé de un hombre musulmán que conocí hace muchos años. Le pregunté si creía que podía consumir a su Dios bajo la apariencia de pan, qué haría para recibir ese pan. ¿Recuerdas lo que me dijo?

«Me arrastraría desnudo sobre vidrios rotos al rojo vivo». Eso es lo que dijo. Vidrios rotos al rojo vivo. Es hora de que redescubramos el poder curativo de la Eucaristía.

Confía. Entrégate. Cree. Recibe.

LECCIÓN

Estamos ciegos. Estamos paralizados. Estamos sordos. Estamos poseídos. Pídele a Jesús en la Eucaristía que te cure.

VIRTUD DEL DÍA

La confianza: la virtud de la confianza es, en muchos sentidos, un reconocimiento de la realidad de que Dios tiene el control. También es creer que Dios tiene un plan para nuestras vidas y que nos proveerá en ese plan. Una de las formas más prácticas de crecer en la virtud de la confianza es ser más dignos de confianza. La confianza determina cómo participamos en las relaciones. En quién confiamos revela nuestro carácter. El don de la confianza es un alma tranquila.

COMUNIÓN ESPIRITUAL

Jesús,

creo que estás verdaderamente presente en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía.

Cada día anhelo más de Ti.

Te amo sobre todas las cosas y deseo recibirte en mi alma.

Ya que no puedo recibirte sacramentalmente en este momento, Te invito a que vengas y habites en mi corazón.

Que esta comunión espiritual aumente mi deseo de la Eucaristía.

eres el sanador de mi alma.

Quita la ceguera de mis ojos, la sordera de mis oídos,

la oscuridad de mi mente,

y la dureza de mi corazón.

Lléname de gracia, sabiduría y valor para hacer Tu voluntad en todas las cosas.

Señor mío y Dios mío, acércame a Ti más que nunca.

Amén.