DÍA 13 - HERMANA FAUSTINA: NO TARDES

«Pongan la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra». Colosenses 3:2

Helena Kowalska era una joven polaca de diecinueve años con el corazón roto. Hacía poco que había renunciado a su sueño de entrar al convento. Su familia se oponía, y ella no tenía medios económicos para entrar por su cuenta.

Unos meses más tarde, en una cálida noche de verano, ocurrió algo misterioso. Helena estaba en un baile con su hermana. La fiesta estaba en su apogeo cuando un joven la invitó a bailar. Decidida a seguir adelante con su vida, Helena salió a la pista de baile, dio vueltas e intentó disfrutar del momento.

Pero, de repente, la música pareció detenerse. El baile se desvaneció. Y Helena se encontró cara a cara con Jesús. «¿Cuánto tiempo vas a seguir posponiéndome?», le preguntó Él. Entonces, tan rápido como había aparecido la visión, se desvaneció. Helena se estremeció y no quiso seguir bailando.

Creía que Dios había cerrado la puerta a su sueño de entrar al convento. Pero ahora, con este mensaje directo de Jesús, se demostraba que su suposición era errónea.

A pesar de que todos los obstáculos parecían interponerse en su camino, salió de casa y encontró un convento dispuesto a abrirle sus puertas. Fue allí donde Helena se dio a conocer como Sor María Faustina. Al poco tiempo, Jesús se le apareció a Faustina una y otra vez… para compartir un solo mensaje: la misericordia.

El siglo XX fue uno de los siglos más desagradables y mortíferos en la historia de la humanidad y, justo en medio de todo ello, Jesús estaba compartiendo un mensaje de misericordia a través de Sor Faustina.

En su diario, Sor Faustina escribió: «Toda gracia fluye de la misericordia, y la última hora abunda en misericordia para nosotros. Que nadie dude de la bondad de Dios; aunque los pecados de una persona fueran tan oscuros como la noche, la misericordia de

Dios es más fuerte que nuestra miseria. Una sola cosa es necesaria: que el pecador entreabra la puerta de su corazón, por pequeña que sea, para dejar entrar un rayo de la gracia misericordiosa de Dios, y entonces Dios hará el resto».

Ese mensaje de misericordia se extendía, de modo particular, a la Eucaristía. Durante una de sus visiones, Jesús le dijo a Sor Faustina: «Cuando me acerco a

un corazón humano en la Sagrada Comunión, mis manos están llenas de toda

clase de gracias que quiero dar al alma. Pero las almas ni siquiera me prestan atención; me dejan solo y se ocupan en otras cosas. ¡Oh, qué tristeza me da que las almas no reconozcan el amor! Me tratan como a un objeto muerto».

Un objeto muerto. Un pedazo de pan. Una copa de vino. Muertos.

Cuando Jesús caminó por la tierra, dejó claro que la recepción de Su Cuerpo y Sangre no era un ritual simbólico, sino que en la Eucaristía recibimos realmente la real y Verdadera Presencia de Dios. Reafirmó esta verdad a Sor Faustina. Él está vivo, no muerto. El pan no es pan, sino la vida misma de Dios, enviada a ti por amor y misericordia.


En sus épicos escritos sobre la Divina Misericordia, Sor Faustina escribió:

«Querías quedarte con nosotros, y por eso nos dejaste a ti mismo en el Sacramento del Altar, y nos abriste de par en par tu misericordia. Nos abriste un manantial inagotable de misericordia, dándonos tu posesión más querida, la Sangre y el Agua, que brotaron de Tu Corazón».


Él quería quedarse con nosotros. Piensa en ello. Quería quedarse con nosotros. Quería estar aquí contigo. Al consagrarte a la Eucaristía te conviertes en agente de misericordia. Misericordia hermosa, valiente, amorosa, transformadora, interminable.

Confía. Entrégate. Cree. Recibe.

LECCIÓN

Deja de postergar a Dios. Entrégate a lo que Él te llama a hacer por completo y sin demora.

VIRTUD DEL DÍA

La misericordia: Santo Tomás de Aquino definió la virtud de la misericordia en su gran Suma Teológica como «la compasión que hay en nuestros corazones por la miseria de otra persona, una compasión que nos impulsa a hacer lo que podemos para ayudarlo». (ST II-II.30.1) La misericordia es una forma de generosidad temporal y espiritual.

COMUNIÓN ESPIRITUAL

Jesús,

creo que estás verdaderamente presente en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía.

Cada día anhelo más de Ti.

Te amo sobre todas las cosas y deseo recibirte en mi alma.

Ya que no puedo recibirte sacramentalmente en este momento, Te invito a que vengas y habites en mi corazón.

Que esta comunión espiritual aumente mi deseo de la Eucaristía.

eres el sanador de mi alma.

Quita la ceguera de mis ojos, la sordera de mis oídos,

la oscuridad de mi mente,

y la dureza de mi corazón.

Lléname de gracia, sabiduría y valor para hacer Tu voluntad en todas las cosas.

Señor mío y Dios mío, acércame a Ti más que nunca.

Amén.