DÍA 12 - SANTO TOMÁS DE AQUINO: HAY UNA DIFERENCIA

«Pongan la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra». Colosenses 3:2

Era una típica mañana de miércoles en Nápoles, Italia. Corría el año 1273 y era la fiesta de San Nicolás. La temperatura rondaba los cincuenta grados Fahrenheit, como casi siempre en esa época del año, y el corpulento Sacerdote, con el mismo hábito negro que llevaba desde hacía años, estaba haciendo lo que más le gustaba en el mundo. Estaba oficiando Misa.

Su concentración y compromiso eran palpables para todos los asistentes. El Sacerdote era conocido por sus experiencias místicas durante la Misa. Muchos lo habían visto echarse a llorar o quedarse estupefacto durante la consagración. Otros habían oído ciertas historias.

Así que no era extraño que ese día, mientras consagraba el pan y el vino, una visión se apoderara de sus sentidos. Más tarde, algunos dirían que él vio a Jesús. Otros, que le fue concedida una visión de la gloria del Cielo. El propio Sacerdote nunca explicó lo sucedido ni describió lo que vio.

No fue la visión lo que conmocionó a los que conocían al Sacerdote. Fue lo que hizo a continuación. Después de toda una vida dedicando a la escritura su inigualable genio intelectual, el Sacerdote declaró que su obra había terminado. Cuando su secretario y amigo le preguntó qué había sucedido, él respondió:

«Todo lo que he escrito parece ser una gran cantidad de paja después de las cosas que me han sido reveladas».

Esto no significaría mucho para la mayoría de la gente, pero fue una afirmación asombrosa para este Sacerdote en particular. Su nombre era Tomás de Aquino.

A lo largo de los 2.000 años de historia del catolicismo, Santo Tomás de Aquino

figura entre los más grandes teólogos y filósofos que ha conocido la Iglesia. Muchos creen que su contribución intelectual no tiene parangón.

Sus obras teológicas y filosóficas se siguen estudiando hoy en día en todo tipo de escuelas y universidades de todo el mundo. Su Suma Teológica es una obra maestra de proporciones épicas y, sin embargo, después de lo que vio en Misa aquel fatídico día de diciembre, decidió dejarla inacabada. Moriría solo tres meses después sin escribir una palabra más.

Santo Tomás de Aquino tenía una de las mentes más brillantes de la historia humana. Pero era íntimamente consciente de dos verdades importantes que escapan a muchas grandes mentes.

La primera era esta: el viaje más largo que hacemos va de la cabeza al corazón. Es un viaje espiritual, una peregrinación de oración. Pensamos que el corazón es emocional, y lo es, pero también es profundamente espiritual. Esta fue la segunda: hay una gran diferencia entre saber sobre Dios y conocer a Dios.

¿Conoces a Jesús o solo sabes sobre Jesús?

Santo Tomás de Aquino no era solo una mente brillante. Era un hombre impulsado por un profundo amor a Dios. Era un hombre de profunda oración. Y en el centro mismo de su vida, la fuente de su sabiduría y alegría, estaba la Eucaristía.

El mismo hombre que utilizó la filosofía aristotélica para definir la Transubstanciación —el momento en que el pan y el vino se convierten en el Cuerpo y la Sangre de Cristo— apenas podía hablar a veces durante la Misa porque estaba muy conmovido cuando participaba en el milagro real.

El ejemplo de santo Tomás de Aquino nos invita a plantearnos algunas preguntas poderosas sobre nuestras propias vidas: ¿estoy viviendo mi vida desde la mente? ¿Estoy viviendo mi vida desde el corazón? ¿O he encontrado el delicado equilibrio entre el corazón y la mente, donde residen el amor y la sabiduría?

Una noche, en la capilla del convento dominico de Nápoles, un sacristán se ocultó para observar a Tomás de Aquino en oración. Vio a Tomás suspendido en el aire y oyó que Cristo le hablaba desde el crucifijo de la pared de la capilla:

«Tomás, has escrito bien de mí. ¿Qué recompensa tendrás?».

«Señor, nada más que a ti mismo», fue la respuesta de Tomás.

Cada vez que pensamos que queremos algo distinto de Jesús, estamos equivocados, confundidos, desorientados, desilusionados o engañados. Porque «en Él vivimos, nos movemos y existimos». (Hechos 17:28)

«El amor toma el relevo donde lo deja el conocimiento», es lo que observó Santo

Tomás. A medida que profundizamos en nuestra relación con la Eucaristía, resulta fructífero ampliar nuestros conocimientos y nuestra comprensión intelectual de la Eucaristía. Sin embargo, no olvidemos nunca que es nuestra relación con Jesús —verdadero Dios y verdadero Hombre— lo que anima nuestra fe.

Como uno de los más grandes escritores de todos los tiempos, santo Tomás lo dijo más profundamente de lo que yo podría esperar: «La Eucaristía es el Sacramento del Amor. Significa Amor. Produce amor. La Eucaristía es la consumación de toda la vida espiritual».

Confía. Entrégate. Cree. Recibe.

LECCIÓN

Saber sobre alguien no es lo mismo que conocer a una persona. Esfuérzate por conocer más a Jesús cada día que pasa.


VIRTUD DEL DÍA

Sabiduría: la virtud de la sabiduría es el buen juicio para considerar los resultados y las consecuencias de las elecciones de hoy en el futuro, en esta vida y en la eternidad. El mundo está ahogado en información y conocimiento, pero hambriento de sabiduría. La sabiduría es la verdad vivida.

COMUNIÓN ESPIRITUAL

Jesús,

creo que estás verdaderamente presente en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía.

Cada día anhelo más de Ti.

Te amo sobre todas las cosas y deseo recibirte en mi alma.

Ya que no puedo recibirte sacramentalmente en este momento, Te invito a que vengas y habites en mi corazón.

Que esta comunión espiritual aumente mi deseo de la Eucaristía.

eres el sanador de mi alma.

Quita la ceguera de mis ojos, la sordera de mis oídos,

la oscuridad de mi mente,

y la dureza de mi corazón.

Lléname de gracia, sabiduría y valor para hacer Tu voluntad en todas las cosas.

Señor mío y Dios mío, acércame a Ti más que nunca.

Amén.